Joan Juliet Buck tiene un resfriado

Fotografías de Ruven Afanador

La escritora, actriz y durante siete años editora en jefe de Vogue Paris encaró en The Price of Illusion un tramo extenso de su vida. Es lo que llaman autobiografía. Lo significativo es que Joan Juliet Buck no lo hizo en homenaje a sí misma. Se abrió en canal y logró para los lectores una película en forma de libro que relata, ácida y lujuriosa, las entretelas de un par de industrias que han moldeado la cultura contemporánea.

 

POR Rocio Arias Hofman

Enero 27 2021
© Ruven Afanador

© Ruven Afanador

 

 

Martes 11 de febrero de 2020, son las 10:25 de la mañana en Nueva York. Hace un frío afilado pero el sol se encarga de distraer el juego de cuchillos que emplea el viento para hacerse sentir. Recibo en la calle un mensaje de texto de Joan Juliet Buck, pocas horas antes de nuestro encuentro para realizar la entrevista: “Solo para advertirte que estoy resfriada, tengo mocos y no paro de estornudar. Si no te da miedo, podemos seguir con nuestra cita. Si te da miedo, podría incluso usar un tapabocas”. Le respondí que no estaba asustada y que China, en todo caso, estaba bastante lejos de nosotras. Que podía llevar jengibre para hacerle una infusión. Jugué a ser graciosa con algo a lo que, releyendo los mensajes ahora, no le hallo el chiste. Joan Juliet se adelantó, en este pequeño detalle, a los hechos que sobrevendrían después en el planeta. Pero no lo sabíamos todavía. O ella sí. Pues si algo queda claro leyendo la historia de su vida es que siempre ha estado alerta, dotada de un periscopio más potente que el del resto de los mortales. Le sucedió para intuir el relámpago que troncharía las relaciones profesionales y de amistad, profundamente selladas en la compañía Keep Films, entre su padre Jules Buck –productor estrella del Hollywood de los años cincuenta y sesenta– y su socio John Huston. También para desnudar sin condolencias a las figuras fulgurantes de la moda que compartieron con ella el fragor obsceno de la industria en los años noventa.

Joan Juliet es menuda y grácil. Dueña de un espíritu indómito, una mujer jaguar, diríamos en la América del Sur que todavía no conoce. Ella continúa mostrándose como la editora en jefe hasta cuando suena su nariz estruendosamente, con pañuelitos de papel, durante nuestra conversación. En The Price of Illusion hay una fotografía de ella cuando niña, en el Londres de 1958 donde transcurrió su infancia (aunque nació en Nueva York, donde ha regresado a vivir). En la imagen viste una gabardina puesta al revés. Inclina los hombros infantiles hacia adelante con indiscutible carácter, digna hija de la extremadamente bella actriz Joyce Buck, sin duda. El desparpajo corporal de Joan Juliet –ahora que se levanta a señalarme elementos interesantes del espacio donde dialogamos– alude a su pasado de anfitriona sofisticada, siempre entre los ambientes de la moda y el cine. Y persiste también su capacidad histriónica. Como cuando participó en Julie & Julia junto a Meryl Streep. Vuelan sus brazos delgados y transforma el rostro por cuenta de una boca amplia que le permite ejercer de mimo cuando quiere. Carece eso sí de actitud melodramática para enviar mensajes de diva. Se agradece, porque su trayectoria podría intimidar, pero desarma su genuino interés en saber incluso qué pienso sobre lo que le estoy preguntando.

 

 

Jackie Onassis, Anna Wintour, Karl Lagerfeld y Anjelica Huston saltan de las páginas de su libro a sus relatos en voz alta. Pero el énfasis acaba invariablemente en su padre. El hombre que quiso para ella el periodismo porque la dignificaría como mujer. El hombre al que le entrega en su libro sus reflexiones más cáusticas, impregnadas de amor. Se me ocurre comparar su relación con la fórmula de un perfume escaso y acuciosamente puesto a salvo del mercado: una combinación de ingredientes exóticos y algo tóxicos también. La ilusión tiene un precio y eso le costó el derrumbe económico y anímico a Jules Buck cuando la industria del cine cambió su rumbo. Joan Juliet salió al rescate de sus padres. La hija única acabó procurándoles días espléndidos mientras ejercía como primera y única mujer norteamericana en comandar la mítica Vogue Paris. Su sueldo y talento se lo permitían. Pero ella también sufrió el precio de la ilusión y un día en Milán, durante un almuerzo con Jonathan Newhouse –directivo de Condé Nast–, Joan Juliet se enteró de que su jefatura editorial acaba de ser aplastada como colilla de cigarrillo en el piso, al lado de sus carteras Gucci y Prada.

Tres estornudos seguidos y más pañuelitos blancos arrumados en el piso. Definitivamente Joan Juliet tiene un resfriado. Esa noche, luego de la entrevista, fui a cenar con el periodista Gay Talese, con su fabulosa esposa la editora Nan, su hija Catherine, fotógrafa, y otros amigos. Entre platos, le comenté a Talese que iba a copiarle el título de su legendario perfil de Frank Sinatra, porque Joan Juliet –como Sinatra– estaba resfriada pero yo sí había logrado entrevistarla.

 

R.A.H.: ¿Fue difícil escribir The Price of Illusion?

J.J.B.: Sí, fue muy difícil porque el contexto lo es todo. Si estás escribiendo algo que tiene que ver con el arte, ¿cómo saber qué es lo esencial y qué no? Escribes sobre tu entorno, como los académicos al escribir sobre la vida miserable de los académicos y esos libros son leídos por otros académicos, o por personas cuyos parientes son académicos, es decir, eres leído por gente que conoce el contexto. A menudo, los libros que mejor se venden son de abogados, especialmente en Estados Unidos, porque aquí esa es la profesión más importante. La ley y la sala del tribunal son la principal forma del drama en Estados Unidos. En las películas, la escena del tribunal siempre llega al final, y es el momento en que se dirá la verdad. Existe esta ilusión de que la ley te lleva a la verdad.

Vivimos entre personas que no tienes que describir porque basta con decir su nombre para que el lector sepa de quién se trata. En mi medio, dices Lauren Bacall y todos saben a quién te refieres. Fue una actriz muy exitosa. Siendo muy joven conoció al amor de su vida, que murió quince años después. Ella nunca lo superó. Así que compensó la pérdida comprando demasiada ropa y viajando mucho a París. Esa es toda una historia. Por ende, si solo estás mencionando el nombre de tal o cual persona, te basas en el reconocimiento que esta tenga. John Huston, mi padrino, era muy famoso, pero para el libro tuve que averiguar quién era este hombre en realidad. O más bien cómo era. Uno necesita enterarse de su manera de ser cruel y de su costumbre de usar camisones en casa, todo el día. Entonces construyes un personaje, pero es muy fácil simplemente patinar en la superficie del nombre. Así que mi lucha fue aterrizar en las personas. Originalmente el libro tenía el doble de extensión. Más, incluso. Cuando lo escribí, salieron 1.050 páginas, porque estaba tan deslumbrada por la gente que conocía que no podía entender el contexto, no podía saber la verdad, así que fue necesario escribirlo todo y luego suprimir 600 páginas.

 

¿Lo hiciste sola?

Sí. Le envié a mi editor el primer borrador y no tuve noticias suyas durante tres meses. Iba a fiestas y le decía a la gente: “Oye, eres editor. Si alguien te envía su primer borrador y le pagaste, ¿no se supone que debes responderle algo?” [risas]. Fue como cuando un hombre no te devuelve las llamadas. Me estaba volviendo loca. No podía conciliar el contexto: París, Londres, Nueva York... ¡Italia! Tenía que escribir todo eso como escribirías una historia épica de aventuras, diciendo “¡yo estaba allí!”. Tenía que describir todo porque no sabía qué era importante. No fue hasta que terminé las 1.050 páginas que me di cuenta de que el libro trataba de mi padre. Me prometió la  y estaba muy orgulloso de prometerme la . Entonces la  cayó del cielo, y seguí volviéndola a poner allí para que él la arreglara. En realidad, la historia es sobre este hombre que amaba el talento, amaba la belleza, amaba la clase, amaba a las personas importantes... Él me creó, hizo a su criatura para amar esas cosas y no pude descubrir lo que en verdad quería hasta que concluí el viaje de tratar de complacerlo.

 

¿Ese es el argumento entonces?

La trama es un intento de arreglar las cosas, de creer en los sueños de mi padre, y luego tratar de hacerlos realidad para él, después de que lo hubiera perdido todo.

 

Hay una escena en el libro en la que John Huston revela haber sido bastante cruel con tu padre, Jules Buck. Él era –según tu propia descripción– dominante y frágil al tiempo. ¿Qué significa esa mezcla?

Los hombres frágiles son dominantes. En esa escena, John Huston lo hipnotizó en casa. Mi padre pensaba que él era feo. Estaba tan lleno de aprecio por los demás, que su ego estaba ligado a la forma en que las personas reaccionaban ante él. También era muy generoso y amable. Pero la fragilidad... creo que es muy común. Los hombres que dan muchas órdenes, “haz esto”, “haz aquello”, “vístete así”, “ponte de pie”, “no hagas eso”, “no veas a esas personas”, los hombres que intentan controlarte sienten que no pueden controlarse a sí mismos. Siempre están listos para hacer lo que no es correcto por error, sienten que no le caen bien a la gente. No tienen ancla en el mundo.

Descubrí algo extraordinario sobre mi padre hace un par de años.

 

¿Después de haber publicado el libro?

Sí, mi padre murió en 2002. Él no quería ser judío-estadounidense. Quería ser internacional, quería ser británico. No quería ser judío pero tampoco quería dejar de serlo. Quiero decir, él pidió llamar a un rabino cuando mi madre murió, pero nunca supo nada sobre el judaísmo porque consideraba que no era elegante, ¿sabes? Yo voy a misa porque las señoras que me cuidaron cuando era niña me llevaban a misa. Entonces, conozco la eucaristía. Nunca fui a una sinagoga. No sabía qué era eso. Mi padre era un esnob, aspiraba a ser más elegante que como había nacido. Vi esto como un fracaso y me enfureció mucho. Por eso prefería a mi tío, que era ordinario. Mi tío iba a la sinagoga. Mi padre siempre estaba demasiado ocupado trabajando, pero me recitaba el salmo 23 (aquel de “el Señor es mi pastor, nada me faltará...”), por lo que no es sencillo sacar nada en claro. Para él, como para tantos hombres de su generación, la Segunda Guerra Mundial fue el acontecimiento más importante. Siempre quería hablar de eso, pero yo no quería saber sobre la Segunda Guerra Mundial. Tenía este documento enmarcado en su pequeño estudio, con su ego pegado a él. Era el certificado de cuando se unió al ejército. Nunca le presté atención.

Hasta que hace dos o tres años vino a verme un hombre que estaba escribiendo un libro sobre camarógrafos judíos durante la guerra. Como sabes, Estados Unidos entró al conflicto en diciembre de 1941, después del ataque japonés a Pearl Harbor. Así que la mayoría de personas se enrolaron a principios del 42. Pero este tipo tenía la teoría de que mi padre era parte de una unidad secreta de propaganda, que trabajaba para obligar a Estados Unidos a entrar en la guerra. Yo le dije: “Noooo, no seas tonto. No sé de qué estás hablando”, le mostré el archivo de mi padre y allí había una foto. El hombre me preguntó: “¿Tu padre estuvo en Londres durante el Blitz?”. Le dije: “¡No! Nunca fue a Londres hasta los años cincuenta”. El tipo señaló la imagen y dijo: “Pero esta es una foto de alguien durante el Blitz”. Luego preguntó: “¿Tienes su certificado de ingreso al ejército?”. Ahí estaba, en la pared, y decía: “Octubre de 1940”. Entonces era cierto que mi padre era parte de esta unidad secreta de propaganda, pero nunca me habló de eso. ¿No es asombroso? Estábamos hablando de su fragilidad...

 

¿Nunca dejaste que tu padre te contara su experiencia de guerra?

No, y cada vez que él comenzaba a hablar sobre la guerra, yo le decía: “Chisss”. Pero de nuevo, por un lado está la percepción de los hechos, y por otro la realidad. A mis maestros en Venecia les gustaba la idea de que mi padre fuera un refugiado comunista exiliado de Estados Unidos. Sin embargo, mis padres no eran comunistas, eran liberales. Lo mismo va a pasar ahora. Ser liberal en Estados Unidos...

 

Quizás por esa razón la política se ha convertido en un asunto importante para ti.

Sí, es una repetición del pasado. Ser liberal en 1952 en Estados Unidos era tan malo como ser comunista. Nos fuimos del país y crecí con esta idea romántica de que éramos comunistas. ¡No lo éramos! Solo exiliados liberales. Entonces Estados Unidos cambió. Ya sabes del macartismo. El luchador más potente contra McCarthy fue Kirk Douglas. ¿Leíste su libro?

 

No, no lo he leído.

Ok, se trata del libro sobre Espartaco, hecho por un escritor fantasma, y es maravilloso. En fin, mi padre odiaba a algunos de los comunistas porque habían fingido no serlo y, por lo tanto, arruinaron la causa liberal haciéndose pasar por tales. Cuando regresé a Estados Unidos y era una activista antinuclear, hablaba mucho por teléfono con mis padres. Un día les dije: “Había un comunista en la reunión”. Mi padre dijo: “Tienes que irte si hay un comunista en la habitación”. Yo reviré: “¡Ni modo! La mitad de mis amigos son comunistas”. Y él me dijo: “Sí, pero será un miembro del Partido Comunista quien arruine la causa antinuclear”. En su cabeza, los comunistas eran terroristas.

 

© Ruven Afanador

 

Hay otra escena, en El precio de la ilusión, en la que cuentas cómo aprovechas un almuerzo con tus padres para presentarles a tu novio de entonces, pero tu padre les dice en la cara: “No me gusta tener a este comunista aquí”.

Sí, y agregó: “Vuelve a Moscú”. Tampoco le caía bien porque era mi primer “novio oficial”. También era... un matón maluco, así que creo que papá tenía razón. Pero mi educación universitaria me enseñó que, como periodista, nunca debes hacer juicios de entrada. Nunca sabía cómo iba a ser una persona, incluso después de leer todo sobre su trayectoria y de ver todas sus películas.

 

¿Se trata de un principio periodístico, lo de permitirse la sorpresa?

Creo que es un enfoque más artístico que periodístico. Los periodistas ingleses siempre saben lo que van a obtener antes de obtenerlo. Realmente no me gusta ser periodista, pero mi padre quería tanto que yo lo fuera que me convertí en una. Caigo bajo el hechizo de la gente. Yo era una niña actriz, y cuando entré en la universidad mi padre dijo: “No estás en la universidad para ser actriz”. Básicamente, como productor, él sabía lo que me iba a pasar sexualmente si me convertía en actriz profesional. Sabía con quiénes tendría que tirar para obtener papeles, porque así es como funciona la cosa, y quería protegerme.

 

¿Tuvieron una conversación en particular sobre este tema?

No, pero saqué conclusiones de la forma en que mi madre solía decir que mi padre fue el primer hombre decente que conoció. Ella era muy hermosa y había sido actriz desde los nueve hasta los 19 años. Había pasado por eso. Sea como fuere, ella nunca me habló de esa experiencia, pero he leído mucho al respecto y pude atar cabos.

Solo hasta ahora, pensando en el #MeToo y los relatos de tantas mujeres, me he dado cuenta de lo que debe haber sido la vida de mi madre, como modelo y actriz, desde los nueve años. Ella era tan bella, y las personas que son épicamente hermosas tienden a defenderse con mucho ímpetu. Porque si son accesibles y abiertas se las comen vivas, ¿sabes?

Sé que mi padre quería que yo tuviera poder. Cuando llegas a un lugar con un cuaderno y trabajas para una revista o para un periódico, el hombre al que te enfrentas estará más interesado en tener publicidad que en tener relaciones sexuales contigo.

 

Una forma diferente de seducción…

Sí, pero es mucho más higiénica para el cuerpo, aunque no para la mente.

 

Joan Juliet, ¿entonces no lamentas que tu padre te alejara de los escenarios cinematográficos?

Él me estaba protegiendo, para que no tuviera que mamársela a los productores. Fue simple. Puedes detectar una atmósfera, puedes sospechar lo que está sucediendo en ciertos lugares. Cuando papá estaba a punto de hacer What’s New Pussycat?, fuimos a Italia. Mamá y yo nos reunimos con mi padre en Roma. Los O’Toole estaban allí, Woody Allen estaba allí, y estaban montando la película. Era el verano del 64. Entonces mi padre me llevó al Hotel Excelsior a conocer al famoso Charlie Feldman, el principal productor de la película. Yo tenía quince años, era menudita y parecía incluso más joven de lo que era. Subimos en el ascensor y luego caminamos por el pasillo. Papá llamó a la puerta, Charlie Feldman abrió. Llevaba una bata blanca abierta, estaba desnudo y le vi el pene. Detrás de él estaban dos mujeres desnudas. Fue... ¡wow! Y él dijo: “¡Oh, Dios, trajiste a la niña!”. Y cerró la puerta. Nunca olvidaré esas palabras: “Oh, Dios, trajiste a la niña”. Miré a mi padre, o tal vez ni siquiera me atreví a mirarlo. Papá solo dijo: “Está bien cariño, está bien”. Creo que pregunté algo como: “¿Y ahora qué?”. Efectivamente, treinta segundos después se abrió la puerta, Feldman se había atado la bata de baño y las mujeres habían desaparecido. “Entren y tómense un café”, nos dijo.

 

Saltaron por la ventana...

Quizás. Entonces supe que mi papá quería que me respetaran. Caminar con tu cuaderno de notas y tu lápiz, hacer preguntas a la gente, eso constituye una armadura fabulosa.

 

Hasta habrá contribuido a hacer tu vida más interesante.

Hace tu vida más interesante, porque también evita que las otras personas sean aburridas. Si les preguntas por la historia de su vida, será interesante. Pero si hablan de lo que cenaron y de sus vacaciones, ¡muy aburrido!

 

Tu madre te dijo alguna vez: “Tienes un rostro muy contemporáneo”.

Yo no era lo suficientemente bella para ella.

 

¿Por qué habrá utilizado ese término?

Hay esta cosa judía. Están los judíos que tienen una nariz grande y los judíos que no; es una verdadera división. Como entre los negros lo es el tono de su piel. Mi madre no parecía judía, tenía una nariz corta, muy recta y perfecta, que no había sido alterada. Yo tengo una nariz grande, como mi padre, así que parecía judía y esto me hacía menos bonita. Mi madre y mi abuela provenían de una línea de mujeres muy hermosas, que se remontaba a generaciones atrás. Entonces entró en juego la sangre de mi padre, y he aquí que yo no soy lo suficientemente bonita. En mi vigésimo cumpleaños, llevé a mi abuela a cenar porque nadie me invitaba a salir. Mi padre dijo: “Cuando estés triste, haz algo por otra persona”. Entonces saqué a mi abuela. “Eso estará bien, Dios te sonreirá”, me dijo él. Sin embargo, esa tarde mi abuela me dijo: “Si tu madre se hubiera casado con un hombre guapo, hubieras sido hermosa y no tendrías todas estas dificultades emocionales”. ¡Era mi cumpleaños! Cuando volví a la universidad, ¡quería suicidarme! ¿Entiendes?

 

 

 

¿Qué tipo de belleza buscas en este momento?

Quiero volver a ver películas tardías de Kurosawa, con los campos de flores, el niño y el kimono. Un exceso de belleza natural, y no el jodido Gran Cañón. Creo que la geografía estadounidense es deprimente, rocosa.

 

Una buena razón para viajar a Colombia donde hay verdes de todos los verdes...

¡Oh, fantástico! Es lo que quiero ver. No hay suficientes verdes aquí. Vas a Ohio y todo es del mismo verde: la hierba, los árboles, las hojas, los arbustos. ¡Hay un solo verde!

 

La belleza puede estar en lugares, personas, libros, países, olores... Trabajando en la industria de la moda es inevitable pensar en este asunto. Esperaba hablar contigo sobre la belleza, una categoría clásica.

Me gustaba mucho la idea platónica de la belleza. Flotamos en la superficie de algo, y la calidad de vida, la calidad de la experiencia, la calidad de la verdad y del ser, todo depende de lo que sucede en otro nivel. Por ejemplo, en los noventa había muchas chicas muy hermosas en la pasarela, salidas del este de Europa. Yo no quería fotografiarlas para Vogue Paris porque sus ojos mostraban lo que tenían que hacer para estar en París. Estas chicas estaban tan maltratadas que podías notarlo. También había otras alegres que no habían sido maltratadas, pero no eran muchas. Para mí era como presenciar el tráfico de esclavos, estas chicas lo eran.

Desde los años treinta hasta comienzos de los sesenta, las damas burguesas tenían sus modistas. Compraban tela, miraban revistas y obtenían el patrón, ¿cierto? ¡Así es como una creció! Luego, el ready to wear explotó, pero esa modalidad operaba todavía bajo cierta ética y en fábricas locales, europeas y norteamericanas. Por ejemplo, existía el Sindicato Internacional de Trabajadoras de la Confección de Damas [ILGW, por sus siglas en inglés]. Las cosas eran hechas en el mismo país por personas a quienes les pagaban un salario adecuado. No había trabajo esclavo. La ropa costaba dinero. No podías comprar nada con los precios de ahora, pero las prendas duraban más. Había una especie de equilibrio. Sin embargo, la alta costura se ha convertido cada vez más en la proveeduría de ropa para bodas en los reinos del Medio Oriente, ya sabes, gente ridícula.

 

Tú subiste una imagen en tu cuenta de Instagram sobre un bolso de Louis Vuitton con un comentario demoledor: “It’s over”.

Lo que sucedió es que el ready to wear se volvió más lujoso. Hubo un momento en que las personas que ganaban, no sé, 80 mil dólares al año podían permitirse comprar una chaqueta Chanel. Tal vez incluso si ganabas 35 mil dólares al año, podrías reservar 1.000 o 1.500 dólares para comprar una prenda de ese estilo. Esto fue en los años ochenta y noventa. De repente, esa chaqueta de Chanel ya no costaba 1.500 dólares, ¡sino 12.000! ¡Wooooop! Los ricos están allá arriba, haciendo lo que sea que estén haciendo con sus cosas, pero todos los demás van a Uniqlo porque eso es todo lo que pueden pagar. Yo voy a Uniqlo porque me gusta pensar que no usan mano de obra esclava. No voy a Zara ni a H&M, porque ellos sí explotan a los trabajadores.

Así que encuentro que la relación con la belleza y con los artículos de vanidad es sumamente difícil en estos días. Mi padre deseaba que fuera hermosa –que eso no estuviera determinado por las circunstancias de mi nacimiento–, y que gracias a ello viviera una vida más emocionante y fuera amada. De modo que te pones algo que te haga sentir así, que te inscriba en la tribu de los hermosos y amados. Pero esa estrategia ya no funciona, porque si te pones algo realmente caro, no perteneces a la tribu de los hermosos y amados, sino a la tribu de las amantes de los oligarcas y los explotadores, ese 0,1% que está arruinando el planeta.

 

Hablemos de lo que está sucediendo en Instagram, la red social preferida para la moda. Ahí es frecuente hallar personas –utilizando tus propias palabras– que se sienten parte de la tribu de los bellos. En los años noventa, cuando dirigiste Vogue Paris, ¿existía una tribu semejante?

En el noveno capítulo del libro describo cuando viví en la rue Guénégaud, cuando era la mejor amiga de Hélène Rochas, de Nicole Wisniak, de Inès de la Fressange, y teníamos estas cenas glamurosas, e íbamos todas vestidas de Yves Saint Laurent, o algunas veces con algo de Chanel, y Pierre Bergé estaba furioso. Éramos las amadas y las bellas, la crème de la crème de la multitud. Todas éramos veteranas. Yo era la más joven de esa pandilla y tenía entre 37 y 39 años. Ese era nuestro contexto, el ambiente de Yves Saint Laurent. Pero para cuando llegué a la Vogue francesa, todo eso se había terminado. Yves se estaba repitiendo y para Karl Lagerfeld el redescubrimiento de Chanel había caído en un letargo, de modo que estaba aventurándose con “otro” Chanel. Nunca tuve un momento en Vogue Paris que me hiciera decir: “Oh, Dios mío, estoy en el centro de la elegancia”. Sentía que estaba en la interfaz entre el comercio y el papel periódico. Mi asignación de ropa me permitía usar vestimenta hecha por nuestros anunciantes –con quienes almorzaba–, prendas que de otro modo yo no habría comprado. Y fui muy estricta con respecto a no aceptar regalos... Tomaba prestada una muestra para una fiesta –no la muestra más grandiosa–, y la llevaba en algunas reuniones. Era una muestra de final de temporada, y te decían: “Consérvala”. No considero que eso sea payola. Nunca iba y decía: “Me llevaré esto, esto, esto y esto”.

 

© Ruven Afanador

 

Has descrito cómo destapas los paquetes de ropa enviada por la diseñadora alemana Jil Sanders.

Pero yo pagué por ella. Existe el sueño de la moda. La moda tiene que ser una piel adicional que te pones encima y te hace sentir mejor. El relacionista público de Jil Sanders era el mismo de Prada y de otra casa de diseño. Me probaba la ropa que me enviaba y pedía la mía... Eran las mismas telas en las tres casas. No las había en ningún otro lado. Entonces una pensaba: “Ok, son los mismos ingredientes”. Eso fue extraño. Tienes la sensación de que una misma tubería traía un tipo de cosas, con tres salidas diferentes. Lo mismo iba por cada una; lo que salía era un poco distinto, pero el fondo era el mismo. Incluso no solo se trataba del material; la textura y el color eran muy parecidos.

 

El concepto de originalidad y exclusividad en moda es difuso.

Para entonces no existía. Karl Lagerfeld hizo mi vestido de novia con la tela que fui a elegir a París. Era un diseño del siglo XIX y Versace le agregó un bordado. Creo que yo no sabía quién era Versace porque estábamos en 1977. En cualquier caso, quieres pensar que el vestido de novia está hecho solo para ti.

 

“Solo para ti”... humm.

Que es diferente. Además, como te dije antes, en términos simbólicos la moda es la piel que te pones para sentirte mejor. Luego obtienes algo que proviene de la tribu ganadora o tienes tu propia tribu. Habrá algo que exprese tus valores de una manera diferente porque, si no vas a aspirar a obtener algo de la tribu ganadora, tienes que justificar estéticamente tu falta de ambición. Puedo decir que uso Uniqlo porque una camiseta o un jersey cuestan veinte dólares, o porque no quiero gastar el dinero y entonces digo cruzando los dedos: “No usan mano de obra esclava”.

 

Comprar Stella McCartney, por ejemplo, para asegurarse de que eso no suceda.

Pero sus productos son realmente caros. Estados Unidos es una sociedad muy puritana, en verdad tenemos una muy conflictiva aproximación al placer. Entendemos de capuchinos, pero no de mucho más. Oyes este tipo de cosas: “Solo me costó cuarenta dólares”. Yo digo: “Me da igual lo que pagaste”. Pero te dicen que algo cuesta muy poco porque piensan que es éticamente superior gastar menos dinero. El calvinismo es horrible. Por eso voy a la misa católica los domingos. No quiero aburrirme con los protestantes.

 

No sucede solo en Estados Unidos. Esta suerte de revolución en el comportamiento del consumidor, más consciente de temas como impacto ambiental, esclavitud laboral y distribución de la riqueza, no significa que necesariamente se estén haciendo cambios profundos.

Todo depende de qué tan rápido creas que se acerca el final. Si crees que llegará en dos años, no vas a modificar tu consumo de botellas de plástico de un solo uso. Aparentemente, en la Inglaterra de hoy, algo así como una de cada veinte personas se convertirá en un esclavo moderno. Pero la condición de los trabajadores norteamericanos también es horrible. Tuve asistentes que llegaban con las manos sangrando y un vendaje mal puesto porque se lastimaron haciendo algo y no fueron al médico porque no tenían dinero ni seguro.

Pero volvamos a tu comentario. Stella McCartney está haciendo cosas, eso lo sabemos. Yo conduzco un carro híbrido, no uno eléctrico, un híbrido. ¿Acaso creo que conducir un híbrido detendrá el calentamiento global? No, las acciones individuales son inútiles a menos que hagan parte de algo colectivo, y una acción colectiva necesita ser concertada. En Europa y América del Sur será en torno a una ideología; aquí se trata de la ganancia, un pacto para el lucro.

 

Cada vez es más frecuente hallar a las celebridades ejerciendo de activistas. Por ejemplo en los Premios Oscar de este año, la actriz Natalie Portman llevaba bordados en su vestido Dior los nombres de mujeres que trabajan en el cine.

¿Qué clase de revolución es esta de ahora en la que creemos que con presionar un botón completamos una buena acción? Eso no es una acción revolucionaria, es algo que los monos hacen en los laboratorios en busca de una recompensa. Y vaya que obtenemos las recompensas. Todo se ha vuelto interpretación, pero no interpretación informada. Me importa una mierda lo que Natalie Portman llevaba zurcido en su pecho porque ahí estaban las tetas, negando el feminismo de lo que sea que llevaba zurcido sobre ellas. ¿Quién les dijo que se vistieran de rosado en los Oscar? Alguien se los informó en un memo. Un consultor estaba pagando para que hubiera una cohesión en las pintas que se lucirían esa noche por alguna razón de marketing.

 

Joan Juliet, ¿así leías la moda cuando ejercías un puesto editorial?

Sí, así lo hacía. Cuando Jonathan Newhouse me ofreció el trabajo, yo no estaba particularmente interesada. No había trabajado en una oficina desde 1978, y estábamos en 1993. En total había asistido a cuatro desfiles desde 1978. Simplemente me importaba obtener mi ropa de Karl Lagerfeld con un 30% de descuento (aunque éramos viejos amigos, no siempre podía pagarla). Entonces, cuando Jonathan me ofreció el trabajo, dije: “Necesito pensarlo, envíame las ediciones de varios años de Vogue y muchos carteles publicitarios”, y me senté en la cama en una habitación de hotel, con un resfriado como ahora, con una actitud muy, muy crítica. Lo que le dije a Jonathan cuando nos vimos fue: “Las mujeres francesas saben cómo vestirse cuando están teniendo relaciones sexuales, pero no saben cómo vestirse cuando no están teniendo relaciones sexuales. Eso es lo que necesitamos contarles”.

A partir de ahí abordé el asunto, no desde el punto de vista de lo que estaba de moda, del último grito, sino de cómo se ve la modelo, de qué está hecha la prenda. ¿Nailon blanco otra vez? Porque usaban mucho nailon blanco en esa época. Siempre veo la moda como una expresión de la cultura, lo mismo que cuando era crítica de cine. Me encantaba ir a los festivales porque al ver tantas películas sabías lo que había pasado en el mundo durante ese año y el anterior. Tras unas veinte o treinta películas se podía saber lo que la gente estaba pensando y cómo se había sentido, desde Japón, pasando por Brasil, hasta Europa. Yo creía que al ver los desfiles de moda aprendías algo sobre lo que estaba sucediendo bajo la superficie, algo que los diseñadores ni siquiera sabían. Nadie lo sabía, pero lo podías notar en el conjunto. Obligaba a todo el personal a mirar el carrusel durante dos días. Mirábamos todo de la misma manera, como si estuviéramos en una sala de cine con una audiencia. Luego había una discusión sobre el material, el fondo, en lugar de: “Oh, él es mi amigo. Oh, son tan geniales. Oh, Dios mío, pusieron a tal o cual a cantar”. Nada de eso contaba para mí. Hay algo más, un algo que intenta informarnos todo el tiempo y llega a través de los artistas o los diseñadores. O solía llegar. ¿No te parece?

 

Muchas cosas han cambiando en la industria pero seguramente no eso que estás mencionando. Sigue siendo importante interpretar lo que sucede en moda con un punto de vista claro. Si volvieras a ser editora en jefe, ¿volverías a aplicar el mismo método para desentrañar qué están diciendo los creativos?

¿Hacer que todo mi equipo viera el acontecimiento en simultánea? Absolutamente, porque creo que lo más horrible que ha sucedido en los últimos trece años, desde la aparición de los teléfonos inteligentes, es el final de la experiencia comunitaria, comenzando por ceremonias, misas, rituales, coronaciones, desfiles de moda, películas, obras de teatro y de ópera, inauguraciones de exposiciones de arte, cualquier cosa que implique que un grupo de personas haga o presencie lo mismo en sincronía. Esto es muy importante. Los hermanos Lumière hicieron su primera película cuando el tren llegó a La Ciotat en 1895, y la mostraron en la Exposición de Industria y Arte de toda Rusia en Nizhni Nóvgorod en 1896. Creo que de ahí surgieron el constructivismo, el suprematismo y todos los movimientos artísticos rusos, que luego informaron el art déco. Todo comenzó cuando un grupo de personas miraba algo que nunca se había visto antes, la imagen en movimiento y en blanco y negro de un tren que viene hacia ti. Pero si la gente lo hubiera visto en privado, no se habría presentado ese tipo de reacción. Es algo que sucede entre las personas. Lo hemos visto, el frenesí de la mafia, los linchamientos, las manifestaciones de Núremberg, las manifestaciones de Trump. Vemos lo que les sucede a las personas cuando están juntas, en estos casos juntas para la destrucción. Sin embargo, las personas también deberían poder juntarse para apreciar la creación, para apreciar el arte y emprender un viaje imaginario juntas a través de la pantalla grande. En Nueva York se escuchaba música en las calles. Había música saliendo de todas partes, pero ya no la escuchas, porque se transmite directamente a tus oídos. La gente está pendiente de sus pequeñas pantallas. ¿Ves películas en una pantalla grande, en tu televisor, en tu computadora, en tu teléfono? No es tanto el tema del tamaño, se trata del hecho de que estás eliminando a otras personas. Después de la experiencia comunitaria todos dicen “Ooooh” y se les permite pasar a la siguiente parte de la historia. Pero si es una persona sola, no hay progreso.

 

Te fascina la obra del pintor Fernand Léger y la manera en que se propició una experiencia comunitaria alrededor de la formación del vanguardismo en el arte. ¿Sigue siendo un referente?

¿No hay unas imágenes que te hayan marcado para siempre? Este cubismo en particular era mucho más agradable que el otro cubismo, donde tendrías que hacerles cosas terribles a tus ojos para mirar de esa manera inquietante. ¡En Léger todo era tan limpio que estaba bien! Sus campos son tableros de ajedrez, y los árboles son muy agradables, como cosas verdes hinchadas. No son como los árboles de Cézanne, que se ven débiles. Siempre me deprimo cuando miro a Cézanne, porque en mi mente los árboles son muy fuertes y las ramas salen como falos. Pero los árboles de Cézanne se ven muy cansados, no tienen la energía de un campo que es como un tablero de ajedrez. El blanco y negro que hay... es casi fundamental. Ese blanco y negro es tan importante como el marrón de la tierra.

 

Como los ejercicios de Escher.

Escher me pone un poco enferma, un poco asqueada. ¿No te da náuseas?

 

Me gustaría regresar al asunto de tu escritura porque redactaste The Price of Illusion en seis lugares diferentes.

Yo soy una nómada, entre más envejezco más me doy cuenta. Me encanta la idea de vivir en una casa bonita y grande, con geranios en las ventanas, hermosos árboles afuera, y mi propia habitación, donde tengo a mi familia alrededor, gente; yo los cuido y ellos me cuidan. Sin embargo, en la mayoría de esos lugares estaba sola, de hecho en todos esos lugares estaba sola de una manera neurótica, tal vez hiperfeminista, porque no podía haber nadie más alrededor. Así que era mi propia casa prestada sin nadie más [risas].

 

El espacio y su configuración estética emergen como un asunto importante para ti.

El espacio es supremamente importante. Un lugar en una revista no ocupa el mismo espacio porque en este caso es plano. Creo que hay dos tipos muy diferentes de percepción. Existe la percepción simbólica de que escribes o haces cosas que terminan siendo “planas”. Y existe la percepción espacial del volumen. Es la que ahora me ocupa. Una de las tareas que me he propuesto es: ¿cómo describirías la diferencia entre un cubo, que miras por ejemplo en un día nublado, y una pared que en cambio tiene un diseño de cuadros blancos y negros? En este momento la temperatura no es muy cálida, pero tampoco hace frío. ¿Cómo transmites la extrañeza de esas cosas puntiagudas de cristal aquí, en esta casa, la simetría de estas fotografías y la forma en que he puesto de relieve a algunas personas? La forma en que se presentan las cosas puede calmarte, por lo que en este espacio sientes una especie de apaciguamiento. ¿Cómo describirías eso sin usar mil páginas? Poder decir qué hay en la habitación versus estar en un cuarto para invitados pequeño y de color rosa con un gato en la ventana, o un perro bulloso y radiadores que emiten un ruido extraño. Existe el ruido, el olor, pero también existe la percepción del tamaño, que en realidad no es uno de los cinco sentidos. Descubrí que lo peor para escribir es mudarse a un lugar nuevo propio, porque la parte del cerebro que convierte los pensamientos en palabras está obstruida por la parte que decide dónde irá un sofá. Hay algo sobre el volumen y el espacio que aniquila el pensamiento lineal. Así que para mí es mucho más fácil pedir prestados lugares, sin ponerme a pensar: “Wow, podría poner una ventana aquí y después una puerta”.

Esto es realmente interesante, nunca tuve esta conversación con otra persona.

 

Las páginas del libro acaban por transmitir tu idea de que el verdadero hogar –el verdadero espacio– es la imaginación.

No puedes captar completamente la sensación del espacio y escribir sobre él. Ciertos poetas lo han hecho, pero no de la mejor forma. Gerard Manley Hopkins es muy bueno para hacer onomatopeyas, y otros lo son para darte la sensación física de un objeto. Mayakovski lo intentó. Mira estos techos (señala). Tienen cuatro, tal vez cinco metros de altura. Es un espacio tan agradable... ¿no sería maravilloso tocar esa cosa allá arriba [señala] y en realidad atravesar el espacio, en lugar de limitarse a esa parte donde los humanos podemos caminar, aquí en la parte más baja?

Mientras puedas leer o escribir, no tienes que estar donde estás.

 

¿Has utilizado la imaginación para esconderte de asuntos como el trabajo o el amor?

Estoy pasando por algo muy interesante en este momento. El chico del que me enamoré cuando tenía 16 años ha vuelto a mi vida.

 

 

¿El mismo que mencionas en el libro, el que te despreció siendo adolescentes y te trató como un pañuelo de papel que se bota a la basura?

Sí, sí, como basura.

 

Hablemos de eso, ¿te parece?

Estaba casado y su esposa murió hace un año. Vivía en Londres, pero pasa mucho tiempo aquí. Fue el primer chico que amé. Creo que solo lo amé a él en la vida. Cuando tenía 16 años, me rompió el corazón. Parece sacado de El amor en los tiempos del cólera...

 

¿Se han reecontrado?

Sí, nos hemos visto y hemos sido amigos en estos 56 años. Siempre lo respeté, siempre me interesó. Se llama Nick.

 

¿Qué sucedió?

Ya sabes, el mundo se está acabando. Trump va a ser reelegido, ha sucedido el Brexit... o sea... ¿En Colombia sienten que el mundo se acaba?

 

Creo que esa percepción existe. La ética en general ha descendido a niveles muy bajos mundialmente. Como si se difuminaran las fronteras morales.

He escrito una pequeña obra de teatro, un monólogo titulado Second Life. ¿Cómo son las personas? No sé nada en estos días. Calibrar a las personas es muy difícil porque existen las ganas de agradar, de ser generalmente amable. U odiar a todos, que es a lo que llegó mi padre después de cierto punto, excepto que amaba a los extraños. Como tú mencionaste antes de esta entrevista, hay diferentes contextos para diferentes países; cada país y cada cultura permite y respeta algunas cosas, pero otras son tabú y siguen cambiando, según donde uno se encuentre. En Francia, el principal valor es la inteligencia; en Estados Unidos, es ser fiel a uno mismo, o a lo que todos los demás sean fieles durante ese año en particular.

Los valores son diferentes en cada lugar, incluso varían de una parte de la ciudad a otra. En el Upper East Side de Nueva York, he visto gente cruzar la calle para no tener que saludar a una amiga mía que tuvo una aventura con un hombre casado. Lo vi cuando pasó, muy siglo XIX, pese a que fue apenas hace un par de años. En cambio, en el centro la cosa es distinta, y es diferente en Brooklyn. Cuando estás sentada en el metro, todos están en Tinder decidiendo con quién van a tirar. He tenido conversaciones con amigas más jóvenes. Hablan de un chico al que aún no conocen, pero con quien van a cenar la noche siguiente. Y yo les digo: “No tires con él todavía, averigua primero quién es”. “¿Y por qué habría de esperar?”, objetan. “Porque entonces estarías tirando con un extraño y eso no es interesante. ¿Quieres conocer a otro ser humano en la cama? Entonces tienes que esperar a que se convierta en un ser humano, en relación contigo. Como amigo, como conocido, como alguien con quien puedes sentir los ángulos... antes de acostarte con él. De lo contrario, solo te estás tapando la nariz para lanzarte al agua fría”.

 

En ese sentido, ¿cómo es el contexto de ese amor reencontrado y qué ha cambiando después de 56 años?

Yo tenía 16 años, él 18. Ahora los dos somos personas mayores. Cuando pasa cierta edad, no quieres compartir tu cuerpo viejo con un extraño. Qué idea más repulsiva.

 

¿Es así?

Es mucho mejor si se trata de alguien a quien conoces, en quien confías y a quien respetas desde siempre. De lo que se trata es de salir del mercado de esclavos. Creo que la verdadera línea para la conversación es que las mujeres son objetos sexuales. Mi padre no quería que yo fuera un objeto sexual, otra frase para ese cautiverio, ese producto. Ahora he vuelto a actuar y me pidieron que hiciera una audición para una serie que trata sobre el nacimiento del feminismo. Se llama Mrs. America.

 

¿En qué plataforma saldrá?

En Hulu. Hace un año me pidieron que hiciera una audición para interpretar a Betty Friedan, una esposa y madre del Medio Oeste, una dama burguesa. Ella se había aguantado a su esposo y él la dejó. Como resultado del abandono se volvió feminista. Investigué todo lo que pude encontrar sobre ella. No era una mujer libre, había sido una esposa y una madre devota de los años cincuenta. Pero tuvo esa eclosión. La forma en que movía la boca, el cuerpo y las manos era de alguien que siempre se había “comportado”, pero explotó. Por la forma en que hablaba, todo su ser estaba muy controlado, aunque tenía muy mal genio y se salía con frecuencia de casillas. Miré todo esto y pensé: “Me halaga mucho que me pidan una audición, el resultado podría ser fabuloso... Pero no puedo hacerlo. No vengo de la misma sustancia que esta mujer y no tengo el suficiente entrenamiento como para controlar mi cuerpo”.

 

Ese papel describe quizás a tu madre…

Sí, pero no acepté y no puedo hacerlo. ¿Sabes quién va a tomar el papel? Tracey Ullman, que es una mimo muy brillante. Es perfecto porque puede imitar a alguien que era tan importante. Ergonómicamente yo no podía encajar porque nunca hice eso. Estuve casada durante seis años y, como sabes por el libro, dejé el matrimonio porque no quería tener que mentir. Sabía que no podía controlar la lujuria sobreviniente, la curiosidad. Simplemente no estaba hecha para ese trabajo.

 

© Ruven Afanador

 

Estabas hablando de amor. Y lo has vivido intensamente. Leonard Cohen te escribió un poema especial. Resalto este verso: “Nunca mientas a un gran poeta, ni siquiera a uno menor”. ¿Por qué lo engañaste con una excusa cuando él te invitó a acompañarle a Grecia? Podrías haber sido Marianne.

No podría, pero sí me pregunté “¿por qué no fui?”. Le escribí a Leonard cuando se estaba muriendo, porque seguimos siendo amigos siempre. Fue durante la filmación de Supergirl. Le dije: “Ojalá hubiera ido a Grecia contigo en 1972”. Él respondió alrededor de un mes antes de morir: “Todavía podemos ir un día de estos”.

Tenía miedo de su mirada, de que me atravesara con ella. Así que, sí..., le mentí.

 

¿Te arrepientes con frecuencia, cómo aceptas la frustración?

Bueno, me arrepiento de Trump. Como sabes por el libro, soy muy buena regalando cosas. Tengo mi loft allá arriba en Hell’s Kitchen. ¡Y está tan lleno de cosas! Vendí muchas porque no hay nada más patético que una ex editora en jefe de Vogue con ropa de hace 25 años. La idea del lujo solía ser algo que nos mantenía a todos entretenidos, drogados, en realidad. Ahora es algo que solo los muy ricos pueden permitirse, así que me deshice de muchas cosas. Como el reloj Cartier. Pensé que era ridículo tener uno, porque entonces no puedes tomar el metro temiendo que te lo roben... es una estupidez. Sin embargo, en los últimos meses, tal vez por el libro en el que estoy trabajando, comencé a extrañar ciertas cosas y me dije: “¡Dios mío, me deshice de ese bolso!”, y de repente me entró nostalgia por cosas que regalé muy felizmente. Es un poco raro.

 

¿En qué libro estás trabajando ahora, te gustaría hablar de él?

Es una exploración, de modo que no es bueno...

 

¿Ficción?

Hablaremos cuando haya terminado. Espero conversar contigo después de que lo leas porque realmente sabes leer, y vas a leer el nuevo con gran perspicacia. Por el momento...

 

¿Cuánto tiempo te llevará?

Me gustaría trabajar muy rápido. Si el coronavirus se vuelve una epidemia y no puedo viajar... ¡estupendo!

 

Obligada a escribir en confinamiento, entonces.

Un escritor vino a cenar la otra noche, alguien a quien no conozco muy bien. Se llama Scott Spencer. Escribió un libro llamado Endless Love, que fue muy popular. Así que Scott estaba cenando con Nick y conmigo, nos estábamos conociendo un poco. Nick le contó una historia sobre mi optimismo. Scott dijo: “Oh, lo entiendo... Eres una paranoica a la inversa” [risas]. Algo así como: “Buena cosa el coronavirus, tengo tiempo para trabajar”.

 

© Ruven Afanador

 

 

 

 

 

 

 

ACERCA DEL AUTOR


Rocio Arias Hofman

Fundadora de SillaVerde, compañía especializada en investigación y publicación de contenidos sobre el ecosistema moda con énfasis en tradición artesanal y sostenibilidad. Creadora y docente del curso “El fenómeno de la moda, escribir con propósito”. Consultora diseño contemporáneo y artesanía. Profesora Análisis de Moda, Facultad de Creación (Universidad del Rosario) y empresaria plataformas de moda y arte. Destina varios meses al año para concebir, dirigir y gestionar tanto temas editoriales como participación de marcas aliadas para La Malpensante Moda.